Reconstrucción en 3D de la “casa A” de Tell el-Far’a, s. X a.C. (foto: José G. Gómez)

Reconstrucción en 3D de la “casa A” de Tell el-Far’a, s. X a.C. (foto: José G. Gómez)

La relación entre arqueología y Biblia, no siempre sencilla, ha dado origen a varios posicionamientos metodológicos e ideológicos. La escuela maximalista, defensora de la llamada “arqueología bíblica” más tradicional (calificada de “confesional” por algunos), está marcada por la figura del orientalista norteamericano William Foxwell Albrigth. Formado en el seno de una familia metodista, se le considera el decano de la “arqueología bíblica” desde su llegada a Jerusalén en 1920. Su objetivo, como representante del maximalismo, consistió en probar que la historia bíblica era un relato preciso del pasado. Para él, la arqueología tenía un valor excepcional al tener como escenario una región en la que la historia y la teología comparten una fe común.

Por diferentes motivaciones, a partir de la década de 1950, arqueólogos, como el israelí Yigael Yadin o el estadounidense George Ernest Wrigth, optaron por esta perspectiva tradicional. Para ellos, la arqueología y la teología debían de ir de la mano para comprender la Biblia. La reacción a esta concepción conservadora se va a concretizar en un enfoque ultracrítico o minimalista a partir de los años noventa. Según esta escuela, los textos bíblicos referidos a Israel en la Edad del Hierro fueron compilados durante los períodos persa y helenístico (siglos V-III a.C.), por lo que carecen de valor real para estudiar períodos anteriores (como los tiempos de la monarquía unida y dividida). Por esta razón, sus miembros distinguen entre el Israel histórico o arqueológico y el Israel bíblico o literario. Consideran que los patriarcas o los grandes reyes de Israel no son personajes históricos, sino pura recreación literaria creada con una intención teológica. De forma paralela al minimalismo, nació otra escuela que promueve una visión desde el centro. Este grupo, lejos de ser homogéneo, tiene al profesor de la Universidad de Tel Aviv Israel Finkelstein como su máximo representante. El arqueólogo israelí mantiene una actitud crítica tanto hacia el texto como hacia la arqueología. Para él, la composición de los textos bíblicos difícilmente pudo ser anterior a la primera mitad del siglo VIII a.C. La realidad muestra, a su juicio, importantes divergencias entre lo bíblico y lo arqueológico, que es fruto de una lectura simplista y naíf de los acontecimientos recogidos en las Sagradas Escrituras. Por esta razón, critica que algunos arqueólogos hayan aceptado los relatos bíblicos en sentido literal y utilizado los datos arqueológicos no como una fuente independiente para reconstruir la historia de la región, sino como una disciplina para apoyar al texto.

En la medida de lo posible, por la confusión que puede conllevar en su concepción más tradicional o conservadora, es preferible evitar la expresión “arqueología bíblica” y optar por una visión geográfica o territorial como es: “arqueología en las tierras o en el país de la Biblia”. Como alternativa se ha propuesto usar otras denominaciones, que por razones diversas tampoco han sido unánimemente aceptadas: arqueología sirio-palestina, de Palestina, de Canaán, de Tierra de Israel o de Tierra Santa, de Cisjordania (al este del río Jordán). En la actualidad, son cada vez más los autores, sobre todo anglosajones, que prefieren hablar de “arqueología del Levante”, para referirse a la ciencia que estudia, independientemente del relato bíblico, la Prehistoria e Historia Antigua de esta región de Oriente Próximo. Pero tal vez la opción más sencilla sea la más correcta: hablar sencillamente de arqueología (sin ningún tipo de calificativo).

Un yacimiento arqueológico que se ha visto afectado por estos distintos posicionamientos entre el texto bíblico y la evidencia material ha sido Tell el-Far’a, que se encuentra situado a 10 km al noreste de la ciudad palestina de Nablus y a 25 km al oeste del río Jordán. Se trata de un antiguo asentamiento bien conocido en la historiografía del Próximo Oriente antiguo, gracias a las excavaciones francesas dirigidas por el dominico Roland de Vaux. Entre 1946 y 1960, el padre Roland de Vaux, director de la École biblique de Jerusalén, dirigió nueve campañas de campo, que mostraron que se trataba de un lugar de referencia para el estudio de las edades del Bronce y del Hierro en la estratégica región, que marca la intersección entre el norte y el sur de la región palestina. La secuencia histórica completa del yacimiento abarca siete grandes períodos, que van desde el Neolítico Precerámico hasta el final del Hierro (8500-600 a.C.).

Planta de la llamada “casa A” de Tell el-Far’a arqueología biblia

Planta de la llamada “casa A” de Tell el-Far’a de 43 m2, s. X a.C. (foto: José Pardo)

Importantes biblistas, entre ellos el maximalista norteamericano William Albright, han interpretado los niveles correspondientes a la Edad del Hierro IIA de Tell el-Far’a como las ruinas de la ciudad bíblica de Tirsá, capital del reino de Israel o del norte habitada por el rey Jeroboán I en el último cuarto del siglo X a.C. Fue la sede de los siete primeros reyes del reino del norte durante un período de 45 años, hasta que Omrí trasladó la corte a la ciudad de Samaría hacia el 880 a.C. El nombre femenino Tirsá procede de una raíz hebrea que significa “deleite, placer o belleza”. Es posible que este topónimo haga referencia a la agradable naturaleza del entorno geográfico en el que estaba enclavada la ciudad. Estas mismas cualidades de lugar hermoso se podrían aplicar a Tell el-Far’a y su wadi, que es el principal afluente del río Jordán y un verdadero vergel.

Tras casi 60 años de abandono, Tell el-Far’a vuele a ser el escenario de nuevos estudios para profundizar en la comprensión del período comprendido entre el nacimiento de las primeras ciudades (h. 3000 a.C.) y el dominio de las tropas asirias (h. 720 a.C.) en esta zona clave del Mediterráneo oriental. El nuevo proyecto es una iniciativa de cooperación científica internacional en el que participan, desde 2017, la Universidade da Coruña, la Universidade Nova de Lisboa y el Ministerio de Turismo y Antigüedades de Palestina, que cuenta con el apoyo de la Fundación Palarq y del Ministerio de Cultura y Deporte.

Las investigaciones del nuevo proyecto han sacado a la luz varios niveles de ocupación de la Edad del Hierro (siglos X-VIII a.C.). Entre los hallazgos cabe destacar un tipo de casa de la Edad del Hierro IIA, con su mobiliario cerámico, que por vez primera ha sido datado de forma fiable con ayuda del carbono 14 en la primera mitad del siglo X a.C. (entre 80 y 40 años más antiguo de lo que se había afirmado hasta el momento).

Botellita negra hallada en la “casa A” de Tell el-Far’a, s. X a.C. (foto: José Pardo)

Botellita negra hallada en la “casa A” de Tell el-Far’a, s. X a.C. (foto: José Pardo)

La relación entre arqueología y Biblia es compleja desde el punto de vista de la investigación histórica. Jeroboán I, Tirsá y Tell el-Far’a son un buen ejemplo. A pesar de la falta de datos extrabíblicos, no parece que haya razones de peso para poner en duda la historicidad del rey Jeroboán, que aparece citado hasta doce veces en el libro primero de los Reyes. Otro asunto es que algunos de los detalles presentes en la historia bíblica de este monarca pertenezcan a una tradición propia de una época más tardía, posiblemente de los siglos VIII-VII a.C.

La vinculación entre Tirsá, como capital del reino de Israel, y Jeroboán parece fuera de dudas. La presencia del nombre de Tirsá en un texto sobre una expedición militar egipcia en Palestina, dirigida por el faraón egipcio Sheshonk I, avala la existencia de la ciudad en la segunda mitad del siglo X a.C. Otra cuestión más controvertida es su identificación con Tell el-Far’a, al noreste de Nablus. Hasta la fecha no se ha encontrado ningún otro lugar de entidad que se pueda presentar como una alternativa seria y, por esta razón, a pesar de la ausencia de datos concluyentes (sobre todo epigráficos), esta interpretación permanece como válida hasta la actualidad. Sin embargo, en este tema de geografía histórica de Palestina en la Edad del Hierro nos tenemos que mover, inevitablemente, en el terreno de la hipótesis.

Al igual que no podemos desligar la “arqueología griega” de los poemas homéricos, no debemos eliminar la Biblia de la arqueología de Israel y Palestina en la Edad del Hierro, pues la despojaríamos de su alma. Lo importante es no perder el objetivo científico, que no es el de corroborar (o desaprobar) el relato bíblico. No existe una “arqueología bíblica”. La arqueología es una disciplina autónoma en cuanto a sus métodos y objetivos.

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